Vivimos en el caos, estamos constantemente sujetos a él. Formamos parte de algo llamado cosmos pero somos pequeños pedazos de caos sueltos. Somos impredecibles, desordenados, y si logramos algún órden o armonía... en otro aspecto de nuestras vidas volvemos a toparnos con un nuevo caos. Pero también es cierto que en la mitología griega, gracias al caos surgió el principio. Fue la matríz por la cual empezó todo... Podría decirse que gracias a un gran desorden pudo existir una nueva armonía, un nuevo proceso, un nuevo despertar. En el caos de nuestras vidas, que muchas veces llamamos crisis o duelo, siempre aparecen sentimientos encontrados... algunos, podríamos clasificarlos como productos del caos y otros, como producto del cosmos existencial. Ese es el gran error que solemos cometer.. y que muchas veces, nos juega en contra. Tanto en el caos como en el cosmos todos los sentimientos son iguales. Lo que cambia es la intensidad. Cuando estoy en estado de caos, el amor, la bronca, la ilusión, la tristeza.. etc... es tan intenso/a que no me permite sentir otras cosas, y buscar la armonia con otros sentires... Cuando, por el contrario, estoy dentro de mi cosmos, el amor se funde con los demás sentimientos y comienza el estado de dicha, de aceptación por aquello que la vida me brinda. Ambos conceptos son parte de la vida, pero el caos es el que nos muestra todo tan intenso, que no nos da espacios para algo más. Es por este motivo que nos confundimos tanto. En primer lugar, porque no sabemos en qué momento estamos en caos o en cosmos. En segundo lugar, si logramos descifrar en que momento existencial estamos, nos queda observar cuál es aquel sentimiento tan intenso y, por último, negociar. El proceso de negociación es el más fructífero y crucial porque determina si logramos crecer y desarrollar nuestras potencialidades para un cambio y un nuevo orden o nos estancamos en el caos y en la intensidad absurda y ciega. Esta negociación es la más difícil por la que pasamos los seres humanos. Es muy fácil establecer contratos con un otro, establecer sumas de dinero, establecer relaciones laborales, de pareja, de amistad... pero no es igual en este tipo de negocio... porque siempre se negocia con el propio ser. Y somos seres mentales. Analizamos lo que conviene y lo que no, pensamos en las consecuencias y también tenemos alma... y allí es cuando las fuerzas del hombre compiten entre si, cuando el caos explota y se hace más fuerte... cuando el alma y la mente rompen sus acuerdos, porque un sentimiento invade a toda la existencia. La mente quiere manejarlo, sobornarlo, y el alma lo saca a relucir, y tanta presión hace que las fuerzas se sometan a la inevitable semilla discordante.
El proceso de negociación entonces, consiste en observar a aquellas fuerzas sin intervenir. Pero, ¿cómo no intervenir si esto ocurre dentro nuestro? El ser es cuerpo, mente y alma. Sabemos que después de gran tormenta siempre salió el sol. Nuestro cuerpo tiene memoria. Con la fe suficiente y la confianza plena, todas las fuerzas vuelven a su lugar. Y es nuestro derecho, cuando la tormenta ya pasó, hacer que estas fuerzas renovadas nos envuelvan, nos completen, nos unan mas.
Lo mismo ocurre en el mundo... el extremo de oriente con su fantástica espiritualidad, tan intensa que nos lleva a su polo opuesto: la situación más paupérrima. Y después... el extremo de occidente con su capitalismo enérgico, materialismo envuelto en rutinas inertes o patentado en estados de estrés permanentes silenciados, sumando todo esto a la falta de valores y sentido por la vida.
Lo más profundo de la espiritualidad es un cuerpo sano capaz de poder expresar al ser en su forma más completa... y sin embargo, seguimos enfrentando continentes, culturas, en lugar de encontrar el bendito equilibrio.
Perdurar en la desgracia es morir dos veces. Cometer los mismos errores es tapar la basura con la alfombra llamada vida. Todos los seres humanos tenemos la capacidad de corresponder a nuestras fuerzas internas. Si el caos es la causa del efecto cosmos, el sentimiento es la causa del efecto llamado evolución.