viernes, 11 de septiembre de 2009

Los municipales

En la vida a las personas se las clasifica. Es una obsesión que tenemos los seres humanos por definir o encasillar a la gente en buenos o malos, hombres y mujeres, pedófilos y curas, heterosexuales u homosexuales, lindos y feos, violentos o pacíficos, pelotudos o inteligentes.. y la lista sigue..

En esta oportunidad, me puse a clasificar a un grupo que ya está estigmatizado pero no desmenuzado a fondo. Somos los Municipales de Dios... los que tenemos a todo el resto de la sociedad a nuestras espaldas porque "ellos nos pagan el sueldo" y nosotros somos "unos vagos incurables y mafiosos"... A veces, cuando escucho estas atrocidades que un grupo de ignorantes y alcaponescos mentirosos se ocuparon de distribuír por toda la ciudad, llego a la conclusión de que somos lo que aparentamos y lo que los demás dicen de nosotros. "Hazte la fama...."

Si, es verdad que la gran mayoría de los muni somos vaguitos, que si podemos laburar menos horas nos volvemos a casa, que odiamos los trabajos pesados, que nos encanta sentirnos menos ignorantes que el resto y que tenemos más beneficios que un hombre rodeado de lesbianas lindas. Pero... que maldito ser sobre esta puta tierra no quiere todo esto? Dejenme de joder! Todos quieren ser buenos, trabajar en el mercado central cargando bolsas de papas y ganar 2 mangos por el bien de la humanidad? Hasta qué punto tu trabajo es digno?

La dignidad es personal, no te la da un trabajo o una carrera o una familia.

Pero como hay mucha gente que todavía cree que los malos siempre son los de afuera, aquí les va un ejemplito de clasificación de municipales:



Encontramos un gran grupo subdividido a su vez en varias ramas:


Los de arriba: Son aquellos que poseen los mejores cargos. Administran y distribuyen a su gusto. Tienen secuaces capaces de matar a sus madres si alguien les cuestiona algo. Generalmente, estos individuos son los que se encargan de hacer los negocios sucios, los que "manchan la pelota". Se los conoce como los mafiosos y hacen valer bastante bien su apodo. Los que dan lástima son los secuaces, que se arrastran por conseguir puestitos de cuarta o una tajada del negocio en cuestión. Son torpes, toscos y miran todo "desde arriba" aunque miden 1,60 en los mejores casos.

También existen los tipos que afanan todo, no se olvidan de robar ni el alcohol en gel del último piso, pero reparten. Tienen la habilidad de Robin Hood y por eso caen simpáticos. Ellos hacen la suya y favorecen al resto.

Se diferencian de los garcas totales que se roban todo, sin escrúpulos y tampoco reparten nada. Te hacen pensar que tienen un campo de dólares en el que se revuelcan de vez en cuando para sentirse mejor, pero no lo gastan en nada.

Los profesionales: Estos son peores porque fueron a la facultad. También se encuentran en la clasificación anterior, pero no son tantos. Están repartidos por todos lados. Estudiaron años y piensan igual que los trogloditas. Quieren dominar al mundo porque saben quién fue Hitler y Napoleón pero les tienen miedo a las plumas de las palomas. Se la pasan chapeando con que ellos son "El Dr. tal", "La Licenciada Pichuli" y "La licenciada en teorías de la comunicación escolar de primer nivel" (la clásica maestra que se recibió al terminar el secundario porque era el título que le daban). Son seres despreciables porque todo lo hacen en nombre de la sabiduría y se regodean en sus necedades como ninfómana en una orgía.

En contraposición se encuentran los profesionales sumisos, que aceptaron que todo es una gran cagada y trabajan un par de horas para rajarse a trabajar en otro lado, ponerse algún estudio o consultorio y dedicarse a hacer algo productivo. Muchas veces hasta idolatran a estos necios pedantes para que hagan todo el trabajo y mueran en sus propios venenos.

Los Administrativos: Son un grupo grandísimo y los que sacan a flote al resto.

Podemos diferenciar a los ignorantes, algunos terminaron la secundaria a cuestas y algún amigo de un amigo del padre los puso ahí porque la familia pedía a gritos sacárselos de encima por lacras y amebas inservibles hasta para colar fideos.

Los que trabajan como si mañana se fuera a terminar el mundo son buenos pero a la vez difíciles. Están tan programados a hacer siempre lo mismo y sin parar que si les pedís algo distinto se obnubilan y retroceden 5 casilleros. Son buenos porque te sacan de apuros, pero no te resuelven algo más allá de lo que sus cerebros de conejo los habilita.

En contraposición a ellos están los frustrados: tipos que hubiesen sido excelentes ingenieros en sistemas, contadores, investigadores de la Nasa y se quedaron renegando de su suerte en un puestito de "encargado de sector" sin saber cómo pedirle a un empleado lo que tiene que hacer. Te sacan de cualquier problema, analizan todo, son observadores y saben tomar distancia para emplear una estrategia potable. Pero se quedaron ahí. Lloran por las noches en sus camas vacías por su falta de valor para patear el tablero y hacer lo que realmente les gusta.

En el medio están los vagos: son los que nunca vamos a saber si son inteligentes o no. Nunca hacen nada. Se dedican a visitar todas las oficinas para tomar mate, llevar chismes o ir a pagar algo al Pago Fácil. Se conocen al del kiosco de al lado, al dueño del bar de la otra cuadra y planean sus vacaciones en mayo. Siempre van a contramano del resto, se enferman seguido, piden días si se les muere el perro o se esguinzan el dedo meñique. Son ñoquis por excelencia porque, generalmente, los últimos días del mes aparecen espléndidos y preguntan cuándo se cobra.

Los más molestos son los pseudodepresivos: Se quejan del jefe, de los compañeros, de los vecinos, de sus vidas.... es como si el tiempo no pasara. Son momias ojerosas que el sólo hecho de mirarlos te hace sentir empastillado con alplax. Hacen el trabajo, pero a desgano, siempre tienen un problema nuevo. Caminan arrastrando los pies y lentamente para que todos les pregunten si se sienten bien y poder desplegar su discurso funesto. Se encargan de distribuír las cadenas de mails de niños desaparecidos, vírgenes milagrosas y catástrofes mundiales si no los reenviás vos también.

Entre todos también están los jefes: algunos con antigüedad en hacer mate, otros, por puesto político. Ambos son incompetentes. Lo que resuelven es a duras penas y siempre lo consultan con los frustrados porque son los que realmente saben. No merecen la admiración ni el respeto de nadie y también lloran por los rincones cuando nadie los ve porque en el fondo de su ser saben que si se van de la muni Dios los va a ajusticiar.

Los ordenanzas, mantenimiento, limpieza: Están todos en la misma bolsa. El tipo que ayer te limpiaba el baño, hoy te lleva las carpetas en Presidencia o te cambia una bombita. Todos hacen todo, pero no hacen nada. Ellos rotan de sede y de ocupación. Generalmente, no hicieron más que el primario o el secundario incompleto. A la mayoría les gusta el faso, son jugadores o golpean a sus mujeres. Hay algún que otro loco dando vueltas que lo dejan porque "les dá lástima echarlo". Todos tuvieron una vida dura y retorcida y cayeron acá porque conocen a alguno que conoce a alguno de los de arriba.

Y ahora me van a decir que esto es impresentable. Si, y el mundo acaso no es igual? La muni, señores, es un mini mundo, en donde todas las miserias humanas se hacen presentes con mayor intensidad pero no por eso son menos reales.

En esta escuela aprendí a alejarme de la necedad, de los lobos vestidos de cordero, hice valer mis prioridades y me enamoré de mi carrera. No hice amigos ni enemigos, jugué con la cancha embarrada y los días de sol. Me compré un sillón en cuotas y mi primer equipo de audio cuando no tenía muebles. Entendí que no es posible juzgar cuando la cordura está determinada por un ser humano. Escuché más a la gente, defendí los códigos y el compañerismo a costa de haber salido lastimada y busqué un lugar mejor.

No todo es lo que parece. A veces, es cuestión de saber aprovechar las oportunidades que nos da la vida.


miércoles, 2 de septiembre de 2009

Perdido por perdido...

Definitivamente ODIO PERDER COSAS.
Me pasaba cuando era chica, en la adolescencia y ahora. Detesto que algo se me pierda, por lo tanto, no suelo perder nada.
Me molesta porque sé que no hubiera perdido eso si hubiese pensando en lo que debía pensar, dejar de pavear, de reirme, de respirar...
Esta vez perdí un arito de los que me regalaron hoy. Y era un aro que yo quería porque me hacía juego con mi anillo. Y al metrosexual pelotudo que dé una opinión nefasta puede insertarse todas las cremas que use por el ocote.
Cada vez que pierdo algo... me exaspero... me agarra una bronca interna tan grande que podría boxear con Tyson y les juro que ganaría por knock out. Es una sensación de impotencia y bronca con ganas de llorar que superan a mi intelecto y, generalmente, en esos momentos endemoniados, aparece alguna viejita simpática preguntándome qué perdí con cara de abuelita de Caperucita que me inspira a interpretar el papel de lobo y comérmela con la mirada. Pero no... la señora "solidaria" con su bolsa de vieja, zapatos de vieja y ojos de vieja que no ven nada se une a la búsqueda como el evento más productivo de toda su decrépita vida... Pero si me hubiera resuelto algo, hoy no estaría escribiendo esto... no!! la muy necesitada de afecto me encomienda a San Benito, Santa Teresita, y San Choronga para que lo pueda encontrar y se va con su paragüas de vieja reventada dejándome abajo de la lluvia sintiéndome más imbécil que antes...
Perder es como regalarle el ancho de espadas al principiante que juega al truco.
Perder es como tener que pedir prestados $500.000 con un interés del 100%.
Perder es ser millonario y comprarse un perro para tener un amigo.
Perder es llamar al encargado del edificio para que te cambie el cuerito y a la larga terminar llamando al plomero y que te cobre el triple por cambiar el vástago.
Perder es leer un libro empezando por el final.
Perder es comprarte una remerita de oferta que cuando la lavás le tenés que elevar mil rezos al lavarropas.
Perder siempre se pierde pero a mi nunca me pasa... y cada vez que pierdo pararía al mundo para que todos me busquen lo que perdí.
Si encuentran un arito, avisen... tal vez es el mío que perdí por no querer perder...